La estrategia de España en la Guerra de los Siete Años:
el fallido proyecto de nueva "Armada Invencible" de D. Ricardo Wall (1762)

Diego Téllez Alarcia

 

Una de las facetas más desconocidas de la Guerra de los Siete Años, también llamada Guerra Francesa e India, es la participación que en su epílogo tuvo la corona española.

La pugna por la hegemonía colonial y europea de la que conscientemente se había apartado durante más de un lustro influía notablemente en los intereses del imperio americano, amenazado directamente por la pérdida del equilibrio colonial en Norteamérica basado en la presencia francesa como barrera entre el expansivo dominio inglés de las Trece Colonias y las posesiones de los Borbones españoles.

La neutralidad inaugurada con el reinado de Fernando VI y sostenida fundamentalmente por sus dos ministros de Estado, José de Carvajal primero (1747-54) y Ricardo Wall después (1754-59), había dado paso, con la llegada de Carlos III al trono (1759), a una actitud menos complaciente con las agresiones inglesas y con la situación acuciante de Francia.

 

Los principales contendientes con los Gran Bretaña eran los siguientes:

Gibraltar: conquistada por los británicos en 1704, durante la Guerra de Sucesión Española, servía de base fundamental para los intereses comerciales y militares de Inglaterra en el Mediterráneo. Las armas y la diplomacia española habían intentado en sucesivas ocasiones recuperar tan estratégica plaza sin el menor éxito.

Pesca en Terranova: desde el s. XVI, buques de las más diversas naciones europeas habían faenado el bacalao en las costas de Terranova sin incidentes. Aunque a finales del s. XVII dichas costas pasaron a formar parte del imperio colonial francés, el derecho de pesca se mantuvo a aquellos que tradicionalmente lo habían ejercido. Sin embargo, a raíz de los Tratados de Utrecht, éste le fue denegado a los españoles. La diplomacia española trabajó en su recuperación a pesar de las reticencias inglesas.

Asentamientos en Honduras y Belice: sin embargo España si tenía que tolerar que los leñadores británicos extrajeran el palo de Campeche, una materia prima para la elaboración del tinte que tanto necesitaba la pujante industria textil inglesa, en su territorio colonial. Los principales roces tenían lugar en Honduras y en Belice de donde habían sido expulsados varias veces, retornando otras tantas.

Presas corsarias: la bandera española, en su calidad de pabellón neutral, estaba teóricamente a salvo de la piratería con patente regia. Sin embargo los corsarios ingleses habitualmente violaban dicha neutralidad apropiándose de los buques españoles impunemente, con el pretexto de que estos hacían contrabando con el enemigo. Las constantes denuncias a los tribunales ingleses y al Almirantazgo eran desestimadas por los motivos más diversos, generando un constante malestar en los armadores peninsulares así como en su gobierno. 

Violación de la soberanía: a tal punto había llegado el poderío naval inglés que incluso había llegado a violar las aguas españolas apresando navíos franceses en ellas.

No obstante, a pesar de estos agravios, fue la omnipotencia naval y colonial hacia la que caminaba los británicos la que hizo ver el peligro al monarca español. El colosal imperio americano se sustentaba en unas bases defensivas pobres. Demasiado si no se contaba con la presencia francesa para equilibrar las deficiencias.

Este y no otro motivo fue el que guió el acercamiento a la potencia vecina. Las negociaciones se iniciaron prontamente con el envío a París del marqués de Grimaldi, diplomático genovés al servicio de España, para negociar con el duque de Choiseul, ministro principal del gabinete galo. El fruto de estas conversaciones sería la firma del Tercer Pacto de Familia, documento que se convertiría en la piedra angular de la política exterior hispana durante el resto del reinado de Carlos III.

La entrada en la guerra

Inglaterra no estaba dispuesta a consentir el acercamiento. Por medio de su embajador en Madrid, Lord Bristol, hizo diversas representaciones exigiendo una copia del tratado firmado para asegurarse de sus estipulaciones. Ante las calculadas negativas del ministro de Estado, D. Ricardo Wall, acabó cometer lo que se consideró en Madrid un "inmoderado paso", entregó un billete autógrafo con un ultimátum al gobierno español: 

 

Whether the court of Madrid intends to joyn the French our enemys, to act hostilely against Great Britain, or to depart in any manner from it's neutrality.

A categorical answer is expected to those questions, otherwise a refusal to comply will be looked upon as an aggression on the part of Spain and a declaration of war.

 

 

Lord Bristol a D. Ricardo Wall, 8 de diciembre de 1761, A.G.S., Estado, 6.953.

  

La reacción española no se hizo esperar: Wall mandó un embargo preventivo de los buques ingleses anclados en puertos españoles y envió órdenes ofensivas a las colonias para que estuvieran preparadas ante la inminente declaración de guerra. Ésta se oficializaría el 15 de enero de 1762. España finalmente también se veía abocada a combatir en la Guerra de los Siete Años.

La estrategia

D. Ricardo Wall, además de secretario de Estado, en calidad de lo que era el último peldaño antes de llegar al rey en todo lo concerniente a la política exterior de la monarquía, era secretario de Guerra, por lo tanto, responsable de la planificación táctica de la estrategia bélica a seguir en el conflicto.

Durante las negociaciones en París, se había hecho especial hincapié en la necesidad de coaccionar a Portugal, tradicional aliado inglés, para evitar que Gran Bretaña utilizase sus puertos como escalas en sus campañas marítimas. Para ello se había firmado una Convención Secreta, anexa al Tercer Pacto de Familia, estableciendo claramente el sistema que se emplearía: un ultimátum en el que se ofreciese a Portugal la posibilidad de una alianza con los Borbones o la guerra contra ellos de perseverar en su neutralidad.

Se presumía por tanto que el primero de los escenarios sería precisamente en la Península Ibérica. Así sería. Portugal se negaría a consentir la coacción. Un ejército español, primero al mando del marqués de Sarria y luego al mando del conde de Aranda, invadiría al vecino luso. El otro gran escenario se presumía fueran las colonias. Allí, España apenas aspiraba a una digna defensa de sus plazas y a la recuperación de la Colonia del Sacramento, ciudad portuguesa situada en la desembocadura del Río de la Plata.

Pero aunque estos fueron los escenarios reales del conflicto, no fueron pocas las posibilidades que manejaron los ministros españoles a la hora de intentar infligir el máximo daño posible a su rival. En tanto en cuanto su capacidad naval era superior en una proporción de tres a uno, y consiguientemente, parecían peligrar las colonias americanas, la prioridad del gabinete encabezado por D. Ricardo Wall y D. Julián de Arriaga (secretario de Marina e Indias) fue embarazar en lo posible a las escuadras inglesas, de modo que no pudieran dar sus golpes en América. En este marco se desarrolló en sus mentes un plan de invasión de Inglaterra.

 

Terrible golpe el de la Martinica; temo mucho que sigan la suerte de Fortroyal los demás de la Isla; mayormente que los habitantes de ella aviendo capitulado en forma, no ayudarán más a las tropas francesas arregladas. Si el socorro que partió de Brest a fines de enero no toma lengua y con tiempo es advertido de lo que pasa en Martinica, pudiera caer en manos de los ingleses; si acaso es informado a tiempo haría bien de irse a Santo Domingo a la parte que pertenece a la Francia, pues allí estaría a mano no solo de cubrir dicha isla juntándose a los nuestros, sino también de socorrer a la de Cuba, caso que nos amenazassen La Havana. De pronto lo que yo más temo es Puertorico, y sino se piensa en como divertir seriamente los ingleses en Europa, a poco más que refuerzen sus fuerzas de la América, pueden hazer considerables progresos.

Conde de Aranda a D. Ricardo Wall, Varsovia, 17 abril de 1762, A.G.S., Estado, libro 154.

 

El proyecto de invasión de Inglaterra

La rivalidad anglo-hispánica por el control de los mares databa de antiguo. Desde el enfrentamiento entre Felipe II e Isabel Tudor, ambas potencias se lo habían disputado enconadamente, con la presencia habitual de otras como Francia o las Provincias Unidas. Uno de los puntos álgidos de dicha contienda fue la derrota de la Armada Invencible (1588), el primer intento de invasión de las Islas Británicas por parte española. No fue sin embargo el último. La "invencible" inauguró una era de grandes armadas y grandes empresas que no siempre terminaron en triunfo, tanto por parte española como por la inglesa. Durante la década de 1590 habría nuevas tentativas filipinas. En 1601, una pequeña escuadra hispana desembarcó en Kinsale (Irlanda) un contingente de tropas con el fin de estimular la rebelión de los católicos de la isla contra los Tudor, protestantes. E incluso en 1719, Alberoni proyectaría un desembarco similar para apoyar a los jacobitas irlandeses y escoceses contra Jorge I. También los ingleses verían humillada su soberbia en algunas ocasiones semejantes. La "contraarmada" de Drake sería derrotada en 1590 e incluso Vernon, al mando de la flota más numerosa que surcó los mares hasta el desembarco de Normandía, no podría conquistar en 1740 la Cartagena de Indias defendida por Blas de Lezo.

Precisamente a imitación de Alberoni se concibió el proyecto de Wall. Su íntimo, el conde de Aranda, embajador en Polonia por estas fechas, pronto, general en jefe de la campaña portuguesa, nos describe mejor que nadie este proyecto en su correspondencia con Wall desde Varsovia:

 

Comprendo la idea de V.E. en imitación de Alberoni: pero si la adopta y ejecuta no ponerse de burlas porque pocos desembarcados pueden acer poco y muchos mucho. El trabajo está en llegar y descargar lo que se lleva, y la mayor dificultad en la salida, pues si a vista de El Ferrol se encajan 20 naves inglesas, es menester batirlas antes, porque sino con solo dar cara al comboi y seguirlo asta su destino se avría malogrado el intento en quanto al objeto principal.

Es verdad que sólo la diversión de las 20 naves inglesas en aquella observación sería mui costosa a la Inglaterra y debilitaría sus fuerzas para cubrir sus Islas Británicas del insulto y desembarco francés; el que embocando unos quantos millares dentro de las Islas, daría bastante recato para que los splináticos se divirtiesen y arrepintiesen de no aver aprovechado la ventajosa paz que se les avía proporcionado.

 

Conde de Aranda a D. Ricardo Wall, Varsovia, 16 de enero de 1762, A.G.S., Estado, libro 154. 

Francia ya había intentado en 1759 resucitar la "empresa de Inglaterra" con un desembarco similar en las islas para solventar una guerra que le empezaba a ser irreversiblemente desfavorable. Las escuadras de Tolón, Brest y Dunquerque debían proteger la acción dirigida por el duque de Aiguillon y por el duque de Soubise. La escuadra con base en el puerto mediterráneo de Tolón, tenía la difícil misión de atravesar el estrecho de Gibraltar, donde patrullaba la escuadra de Boscawen, sin presentar batalla para reunirse con las otras dos en el Atlántico. Al mando de Cloue consiguió la hazaña al hallarse el almirante de caza con oficiales ingleses y españoles. A su regreso sin embargo se lanzó a la caza del francés, a quien atrapó el 17 de agosto a la altura del cabo San Vicente. En clara inferioridad, los franceses se refugiaron en Cádiz o cayeron en manos de los ingleses.

En noviembre, la escuadra de Brest, compuesta por 21 navíos y al mando del marqués de Conflans, sufría también una espectacular derrota, infligida por el almirante Hawke. Sorprendida a la altura de Belle-Ille por la flota inglesa, algo superior, Conflans embotelló sus barcos en la desembocadura del Villaine, en la inteligencia de que el inglés no le atacaría en una costa sembrada de arrecifes. Hawke sin embargo demostró su pericia atacando en plena tempestad y aniquilando el principal grupo de la armada francesa.

Unicamente la escuadra de Dunquerque, llegaría a Escocia e Irlanda en febrero de 1760, pero sus fuerzas, muy inferiores en número, sería vencidas por el virrey de la isla, el duque de Bedford.

Aranda y Wall contaban, a pesar del descalabro, con una tentativa similar francesa para apoyar la hispana. La empresa era evidentemente ambiciosa. Precisaba por tanto una cuidadosa planificación:

Tocante al desembarco en las Islas Británicas, que según comprehendo, fue la idea de Alberoni que V.E. alla por adoptable al día, sólo tiene de malo la precisa salida de El Ferrol que nos puede observar con fuerzas proporcionadas y en caso de averse de batir las esquadras formalmente es mala sazón para comboyes. Por lo demás también la crehería yo mui arriesgada si se determinase punto fijo, pues en no saliendo aquel pareze que todo cae.

Yo opinaría a dos cosas, una, a expedición fuerte, aunque costasse de 20 mil Infantes, 2 mil cavallos montados y 2 mil Dragones para montar allá, pues es país de cavallos, porque assí donde se desembarcasen se haría lugar, cubrirían país, subsistirían y por muchos que viniessen los ingleses, que nunca pasarían de 40 mil, y esto después de mucho tiempo, serían bastantes los 24 mil nuestros para pasar en la defensiva y dar lugar a los franceses por su parte para igual expedición. Otra, que huviese tres objetos del desembarco, uno en lo que tal Gran Bretaña por la parte que mira a la Irlanda; en caso de faltar éste a la Irlanda, o a la Escozia si se proporcionase mejor, quiero dezir siempre el todo y no dividido.

Yo concibo también que puestos en tierra arían temblar la sobervia Inglaterra y si galleassen los francos como deben, se ajustarían brabas cuentas de sterlinas; pero la salida y curso de navegación me da el mayor cuidado sobre la empresa; es verdad que perder muchos prisioneros sería menos, aunque una batalla perdida, pues no avría muertos y los vivos siempre bolverían al país aunque tarde; pero si al cojer los prisioneros cojiesen embarcaciones de guerra, sería lo peor, por los buques y marinería, que por soldados de tierra nada quería decir.

Si antes de salir el comboi se pudiessen juntar allí 20 o 30 navíos de línea y que se sacudiessen el polvo con los de observación; convengo con V.E. que la expedizión entonces sería inmancable, sino en un paraje en otro. Lo que no tiene duda es que aún la amenaza sola es utilísima, pues assí se distraen fuerzas a la América, que es a donde los ingleses quisieran llevar toda la guerra si pudiessen: y aun para la expedición francesa de sus costas mui útil nuestra diversión con igual apariencia. Pero sobre todo, que, a lo menos, de Francia se haga con vigor al mismo tiempo el golpe que les corresponde, que assí se asegura mucho el éxito; y la Torre de Londres podrá probar o España española o Francesa, contra la opinión de Mr. Pitt. 

Conde de Aranda a D. Ricardo Wall, Varsovia, 17 de enero de 1762, A.G.S., Estado, libro 154. 

También el mando de semejante expedición era una cuestión espinosa: 

Con la idea del cardenal Alberoni he divertido mi imaginación algunos ratos; y si fuesse de veras, y executada, en gruesso y no en pequeño, me huviera alegrado ser incluido en ella; figurándome también quien sería su gefe, pues el marqs de Croix por su antigüedad, por sus talentos militares y por el mando de la provincia que tiene, se halla a mi ver el más proporcionado a encargársela. He estado muchas vezes a sus órdenes, nos conozemos y hemos corrido siempre muy bien: con que V.E. sabe quan de gusto es la circunstancia de obecezer con concepto e inclinazión. 

Conde de Aranda a D. Ricardo Wall, Varsovia, 29 de enero de 1762, A.G.S., Estado, libro 154. 

Si bien nunca había que dejar de lado otras formas de guerra menos ortodoxas. La de corso era la predilecta en estas circunstancias: 

Pues estamos ya en el empeño, Exmo., fomentar los armadores, darles la presa entera o proponerles que si cediesen al Rey alguna parte en sus presas, S.M. los subsanaría de la pérdida que hiciesen de su bastimento, siendo cogido por el enemigo en el corso; pero yo siempre opinaría porque el rey no se mezclase en más que en dar sus despachos de corso y aun ofrecer grados y premios a los que se distinguiesen.

Catalanes, mallorquines y vizcaínos promoverlos luego, darles pólvora y balas gratis si es menester, que el rey lo ganará en las resultas.

Conde de Aranda a D. Ricardo Wall, Varsovia, 23 de enero de 1762, A.G.S., Estado, libro 154.  

Y siempre con Gibraltar como telón de fondo:

¿No ha de aver algún medio para echar a los ingleses de Gibraltar? Entre tantos ingenieros nuestros, ¿no an de pensar como arruinarla quando no se pudiese otra cosa? Yo no conservo bien las especies para poder ablar con bastante fundamento, pero me parece que por la lengua de tierra que ay detrás de la plaza si cupiesen en ella 5 ó 6 mil hombres, podrían abrir su trinchera regularmente, porque la plaza por allí creo que no esté muy fotificada. El punto a la verdad es el poner la gente allí, y aun quando esto se lograse, el averla de mantener de municiones de boca y guerra, y arriesgar a perder todo el tren de batir que se pasase allí para ello, pudiendo los ingleses con sus esquadras impedir después la comunicación de aquella tropa puesta allí con lo demás del continente. Yo confieso que es grave embarazo y que teniendo los ingleses el mar yo no me atrevería.

Pero aunque fuese a costa de gastar bombas y pólvoras, aunque se pusiesen 200 morteros que diluviasen bombas y otros efectos combustibles sobre la Plaza, que se redujese a cenizas, pues estamos en nuestra casa, y con diez mil hombres a la vista basta; ¿no an de hacer los ingenieros de forma que se puedan arrimar baterías? ¿no an de discurrir como hacer algunas flotantes y quando el mar esta en calma remolcarlas con lanchas, de día o de noche, y arrimarlas a la baía donde aya navíos ancorados, de forma que o sobre ellos o sobre la plaza agan fuego? ¿Entretanto de nuestros artilleros no an de discurrir algo también? 

Conde de Aranda a D. Ricardo Wall, Varsovia, 23 de enero de 1762, A.G.S., Estado, libro 154. 

A pesar de las apasionadas expresiones de Aranda, ni Gibraltar fue sitiado, ni la proyectada invasión de Inglaterra se pudo llevar a cabo. La postración de la marina francesa unida al exceso de prudencia a la hora de arriesgar los navíos de la española, impidió la ejecución de éste y otros proyectos, que apenas trascendieron la imaginación y la intimidad de estos dos hombres. Los escenarios del conflicto entre España e Inglaterra se redujeron a las colonias, en donde los británicos obtuvieron éxitos aplastantes, sobre todo la caída de La Habana, que demostró su superioridad en el mar y que obligó a entablar negociaciones inmediatamente.

 

Tan breve guerra pasó una factura igual de parca en términos de pérdidas territoriales: la Florida. Francia compensó a su aliada con la cesión de la Luisiana. Como bien decía Wall, "una guerra desgraciada es imposible que produzca una paz ventajosa". Sin embargo la escueta participación en la Guerra de los Siete Años sería un nuevo punto de inflexión en la política exterior hispana, un nuevo viraje (definitivo en el reinado de Carlos III) hacia la alianza francesa y supondría un costoso aprendizaje para lo sucesivo.

 

Figuras: 

Europa en el s. XVI, The Historical Atlas by William R. Shepherd, 1923.

Retrato de Ricardo Wall y Devreux (1694-1777), Teniente General del Ejército, Secretario de Estado y Guerra. Oleo sobre lienzo (131x110), anónimo, de escuela inglesa (s. XVIII). Museo Naval de Madrid.

Retrato del conde de Aranda por Ramón Bayeu. Museo Arqueológico de Huesca.

Derrota de una flota francesa por una británica (S. Vicente, 1759). Aguada sobre papel (18x27), copia libre de José Manuel de Moraleda y Montero (1750-ca. 1812), realizada en 1784 según un óleo de Francis Swaine publicado en grabado en varias ocasiones durante el s. XVIII. Museo Naval de Madrid.

Defensa del Morro de La Habana (1 de julio de 1762). Oleo sobre lienzo (100x170) pintado en 1873 por Rafael Monleón (1853-1900). Museo Naval de Madrid.

 

 

Diego Téllez Alarcia